viernes, 18 de abril de 2008

9. EL MONTARTO, 2.833 m (14k 1.450+) parking previo al Pont de Rius



Mis relaciones con el Valle de Arán vienen de bastante atrás: nada menos que de mi primer trabajo “semiprofesional”. Estaba yo en quinto de carrera (1975) y me subcontrataron en el Archivo Histórico del Colegios de Arquitectos de Barcelona para participar en un estudio integral del Valle de Arán, ecosistema humano amenazado de muerte por el turismo de nieve. El superjefe del trabajo era el director del 2C Salvador Tarragó y el subjefe, un arquitecto peruano bastante estiradillo que… “pasaba por allí”, y que se llamaba Augusto Ortiz de Ceballos. Unas elecciones a Junta de Gobierno del Colegio acabaron con el superjefe (y conmigo), y al final, el trabajo acabó en las páginas del Quaderns n116. En esa revista vi mi nombre en letras impresas por primera vez y aunque Augusto se apropió de bastantes ideas mías (guardo como prueba un par de primerizos artículos que redacté, titulados “Tipologías urbanas en el Valle de Arán” y “La Arquitectura Religiosa en el Valle de Arán”) sólo me presentó como dibujante de algunas de las ilustraciones. Cosas de jefes.

Tres años después, mi mujer y yo elegimos el Valle de Arán como destino de nuestro viaje de novios. Qué tiempos ¿eh? y qué ocurrencias. Con el anillo aún brillante en el anular (como observaron unos compañeros de hotel) recorrimos uno a uno los pueblos que yo había estudiado mediante mapas y fotos en Barcelona y lo pasamos de maravilla. Guardo por tanto un precioso álbum del valle con los restos de aquel trabajo y con fotos y postales de 1978. Puede que algún día me anime a poner por aquí algunas cosas.

Pasaron los años y acabé volviendo al Valle de Arán con cierta frecuencia pero no como arquitecto sino… ¡como esquiador! ¡ahhh! De aquella visión idílica de un paisaje lentamente humanizado durante siglos que yo había conocido en sus estertores, el valle ha terminado por ser un parque turístico y temático, pero aún con todo, todavía le quedan muchos rincones y vestigios de aquel viejo mundo y sobre todo, muchas montañas ajenas al mundillo urbano del esquí. Por ello, cada vez que voy al Valle de Arán me doy siempre un paseo por las calles más olvidadas de sus pueblos o intento alguna ascensión montañera.

El Montartó es una de las montañas más atractivas del valle por estar en el fondo de escena del valle de Arties y tener una altura más que considerable (2.833 m). La postal con la que abro esta nota (foto 1) es de los años de nuestro trabajo y aún recuerdo la fascinación de mi jefe por la imagen del Montartó cerrando el Valarties (bueno, lo recuerdo porque hice un dibujillo de esa foto y una anotación en la que dice: “tu pueblo favorito, Augusto”). Por dos veces habíamos intentado acceder en invierno a ese monte, pero como íbamos mal preparados no pasamos de sendos tanteos. En el primer acercamiento nos dimos cuenta que sin crampones y piolet no había nada que hacer, y en el segundo intento, pertrechados de éstos, la profundidad de la nieve era tal que lo lógico hubiera sido haber ido con raquetas. A la tercera será la vencida: iremos en verano.

Dicho y hecho. El pasado mes de julio llamamos al refugio de la Restanca para reservar un par de literas, y la tarde del 24, con restos de nubes en las cumbres por la instabilidad de los días pasados, pero bochornoso en cotas bajas, nos llegamos hasta él. (Desde el parking donde acaba la carretera del Valarties hasta Pont de Rius, donde está la pequeña caseta a donde habíamos llegado un par de veces con nieve, 50 minutos; desde Pont de Rius al Refugio de la Restanca, 60 minutos más de bonito y cerrado sendero montañero).

La ruta por el pirineo leridano que llaman Carros de Foc ha convertido los refugios de estos montes en ajetreados albergues de paso, por lo que más de uno se extrañó de que hubiésemos conseguido plaza. Cenamos muy a gusto al lado de una pareja compuesta por francesa y canadiense que… preferían dormir en su tienda particular a las afueras del refugio. Al caer la tarde se echó una densa niebla sobre el lugar (foto 2) y cada vez que me despertaban los vecinos del albergue por la noche (muchas) yo miraba por la ventana a ver si… seguíamos en las nubes.



Me extrañó lo tarde que se levanta la gente en estos albergues: a las siete el desayuno. Mi compa y yo ya estábamos en el sendero hacia arriba a las 6:15 de la mañana, justo cuando empezaba a clarear. La niebla había desaparecido y el día apuntaba espléndido. El estruendo de la cascada que cae sobre el laguito de la Restanca procedente del Lac de Mar da gravedad al lugar y pone un acento de seriedad en el inicio del ascenso.


La subida es como una secuencia de tres peldaños muy marcados. El primero consiste en ascender por un empinado sendero de montaña media hasta el Estanh de Cap de Port (45 minutos). Se bordea este laguito por la izquierda y se inicia el segundo “peldaño” por un terreno duro y pedregoso que se atraviesa bien gracias a los cahires y otras benditas marcas de GR.


La verdad es que estos pedregales asustan. El segundo peldaño (1 hora) acaba en un gran collado con lago incluido, el Estany de Monges desde el que se divisan los Besiberris y por el que pasan las dichosas rutas populares.


Hasta ese punto habíamos subido en completo silencio y soledad roto tan sólo por algunos saltarines rebecos, pero al ver un grupo de gritones que venían del Este nos temimos lo peor. Por suerte siguieron hacia la Restanca y nosotros giramos hacia nuestra izquierda en dirección a la cumbre (tercer peldaño):


Las marcas de este tercer tramo no están tan claras como en los dos anteriores, pero el terreno no es tan duro como el del segundo tramo y no hay pérdida: siempre hacia arriba. El sendero, o la orografía, te llevan finalmente a un bonito collado con dos pequeños laguitos (Basses de Montardó) que mira directamente a la cara norte (50 min).



Los últimos neveros de la temporada le dan ambiente al lugar. Desde allí se ve la cumbre a la izquierda y el sendero mejor marcado. En diez minutos más, arriba.



Eran las 9 en punto de la mañana y se estaba tan bien que almorzamos en la cumbre con nuestra tradicional botella de vino y el cigarrito para desoxigenar, hicimos mil fotos y se nos pasó una hora entera en un suspiro. Fue el ver a otra pareja de montañeros que llegaban a la cumbre lo que nos sacó del ensueño y nos dio la salida para el descenso.


A medida que bajamos nos fuimos cruzando con muchos de nuestros compañeros de cena y noche, como esa simpática pareja de francesa y canadiense con los que nos hicimos una foto.



Los tiempos del descenso fueron prácticamente los mismos que los del ascenso. Más que de correr, de lo que se trata en la bajada es de disfrutar del éxito. Y como había que hacer también el tramo desde el refugio hasta el coche, la sensación de éxito duró mucho más. Bueno..., todavía dura.

(excursión realizada con Rosalía el 25 de julio del 2007)